domingo, 1 de diciembre de 2013

Miguel Lavi: la pelea visceral del cante jondo


Miguel Lavi al cante y Manuel Parrilla al toque. Con estas premisas y con la sala García Lorca de la Fundación Casa Patas como telón de fondo, la noche de ayer pintaba especial. Otro gran acierto en la programación del ciclo Flamencos por derecho. El aforo casi completo, y el públicó hambriento de cante jondo. Entre el mismo, se encontraba la cantaora Carmen Linares que quiso disfrutar de estos dos artistas jerezanos.

Miguel Lavi

Miguel es un cantaor visceral, con unos recursos técnicos limitados, pero con una raza y una pureza en peligro de extinción entre los jóvenes actuales. En su voz se atisban influencias plazueleras de los Rubichis y los Agujetas, y en su repertorio encontramos reminiscencias del Torre, Tomás, Terremoto o Caracol. La pujanza con la que canta, peleando a vida o muerte en cada tercio, es el riesgo con el que expone su verdad flamenca. A veces se gana y a veces se pierde, pero la recompensa espiritual de una victoria hace olvidar cualquier derrota.

Uno de los grandes alicientes de ver un recital del jerezano es su compañero de batallas, Parrilla, una de las guitarras esenciales actualmente. Sonido depurado, compás, personalidad, aire y jondura son sus señas de identidad. Manuel conduce a Miguel por los senderos del buen hacer, le marca los tiempos y le devuelve los tonos precisos a su rasgada voz. A pesar de que tuvo que lidiar con una sala prácticamente sorda y sin reverb, su instinto y su buena pulsación solventaron este contratiempo.

Con todo preparado, se apagaron las luces para recibir la áspera toná de Miguel. Empezar así un recital es toda una declaración de intenciones. La verdad flamenca del plazuelero es esa. El desgarro de un martinete y el calor frágüero de una debla definen su idiosincrasia.

Por malagueñas cavó una pequeña tumba, la suya, y es que el cante le ganó esta batalla. Quiso abarcar un estilo que se escapa de sus cualidades vocales, un cante en el que se dejó toda la piel para sacarlo adelante, pero no pudo siquiera con un solo tercio de las malagueñas de Manuel Torre y Enrique El Mellizo. Entró desafinado “buscando la flor que amaba” y salió igual del “jardín de Venus”.

Lo importante no es ganar una batalla, lo importante es ganar la guerra. Miguel, cambió de registro para moverse donde realmente se encuentra a gusto, donde remueve entrañas, donde araña el corazón con su garganta de fuego. Por tientos, mecidos con rajo y dominio de los tiempos que dieron lugar a unos tangos de categoría. Descomunal Parrilla.

Manuel Parrilla

Sin salirse de del camino marcado en los tientos, siguió por soleá, demostrando que se puede cantar gitano sin serlo. El aire plazuelero está muy presente en su cante por soleá, ese aire que en su día perfumara El Niño de Jerez y posteriormente lo hicieran sagas como los Agujetas o los Carpios. Los estilos alcalareños adquieren sabor jerezano en Miguel.  Igualmente los de Juaniquí o La Andonda.

Miguel se rebusca en cada tercio

Tras el descanso pertinente, ambos artistas salieron a ofrecer lo mejor de su arte. Bulerías por solea raciales, buscando las formas de la tierra: Antonio La Peña, El Gloria, Frijones o Tío Borrico cobraron vida en la garganta de Miguel. Compás exacto y duende.

Escuchando a Miguel tienes la sensación de estar ante un cantaor de otra época, de una época alejada en el tiempo. Su cante suena a tabanco añejo y sabe a vino seco. Esto se percibe especialmente en su seguiriya donde alcanza momentos de gran expresividad, vaciando su alma en cada queja, en cada lamento hecho cante. Salió con un estilo atribuído a Paco La Luz para continuar con el estilo corto de su tierra cosecha también de Paco y Tío José de Paula. Cerró con un cambio de una jondura extraordinaria, con la letra atribuida al Planeta (A la luna le pio) pero alejada del aire de cabal con que se suele interpretar este cante. Fue lo mejor de la noche.

Miguel y Manuel por seguiriyas:


La atemporalidad de su seguiriya dio paso al cante por bulerías. Claro sabor plazuelero con las formas de Tío Chalao, aunque también hizo estilos santiagueros. Dejó patente que el rajo y la aspereza vocal no están reñidos con el compás. Gusto exquisito en el cante y en el toque.

Acabó entregándose por entero con unos fandangos. Caracol, El Gloria y Manuel Torre. Gran despedida de un cantaor vital, con una forma de entender el cante imprescindible.

Miguel Lavi y Manuel Parrilla por fandangos:



El cante de Miguel se hace necesario en un momento en el que el desierto donde sobrevive la pureza sólo encuentra oasis en cantaores como él. Sigue así Miguel, estudiando y aprendiendo cada día, pero no te separes del camino de tu verdad.


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