sábado, 12 de abril de 2014

El Templo Flamenco homenajea a una deidad jonda


El pasado sábado tuvo lugar en Chiclana uno de esos momentos que han de quedar grabados a fuego en las retinas de los aficionaos. Carlos, uno de los mejores aficionaos que el arte flamenco ha conocido, organizaba un merecido homenaje a toda una deidad jonda, y como no, lo hacía coincidiendo con la reinauguración del Templo Flamenco. El Templo es un rinconcito que Carlos tiene totalmente destinado al arte jondo, y que tras un tiempo sin actividad echa a andar de nuevo con la mejor de las intenciones. Nada más que hay que ver el cartel que preside la sala: "se prohíbe el cante malo".

Juan Villar y Rancapino en el Templo Flamenco

Para la inauguración de esta nueva etapa, el Templo rendía divina ofrenda a uno de los totems del cante gitano, el también chiclanero Rancapino, leyenda viva en el flamenco. Creo que aun son muchos los aficionaos que no llegan a valorar al maestro de Chiclana en toda su extensión. Tendrán que pasar muchos años para reconocer el verdadero talento de Alonso y ser conscientes de la magnitud de los buenos momentos que disfrutamos a su lado.

Alonso fuera del escenario es la gracia personificada, el "age", la pillería, la guasa, y la bondad pura, en resumen: la eterna sonrisa del flamenco; sin embargo cuando le toca hacer lo que mejor sabe, se transforma en puro lamento que sale del alma. Un grito lleno de pena que es capaz de transmitir toda la esencia del flamenco. Su voz rota de andar descalzo rompe almas y parte camisas.

Para rendir homenaje al maestro quien mejor que su compadre y grandísimo cantaor Juan Villar. Sin duda una hipérbole de gaditanía en el Templo Flamenco. Juan vino acompañado por uno de sus inseparables guitarristas, maestro del compás y del toque personal, Periquín Niño Jero. Antes el jovencísimo David Rodriguez de Arahal puso notas flamencas con su sonanta. A pesar de su juventud tiene una gran afición y un gran conocimiento. Su toque es aun pausado, pero límpio. Dejó constancia de su buen hacer por soleá. Tiró también de repertorio melódico con clara influencia del maestro Cepero, y se llevó una calida ovación de los parroquianos.

Juan Villar con Periquín

David ante la mirada atenta del ronco de Chiclana

El diácono dejó paso al arzobispo del Templo, Juan Villar, heredero de los sones gaditanos y una de las mejores voces que ha dado Cádiz en los últimos 50 años. Ahí es nada. La gente lo esperaba como agua de mayo, y aunque quizás el volumen de amplificación fuese un poco alto, no impidió a los feligreses disfrutar del cante sacramental de Juan. La guitarra de Periquín vino a complementar un cante cargado de compás y de soníos negros. Hubo conexión entre artistas y eso se trasladó al público. Las palmas corrieron a cargo de dos sacerdotes en la materia, Tate Núñez y Diego Montoya. Aquello fue milimétrico, desde las soleares con las que abrió, pasando por los tangos morunos, hasta llegar a la bulería. Entre tanto había dejado unos fandangos de un gusto exquisito, recordando a Antonio El Rubio en uno de ellos.

Momento en el que Rancapino recibe la insignia de
manos de su hijo

Alonso Rancapino hijo

Una vez terminado el recital de Juan, faltaba como no, poner el cierre perfecto a una noche de altura. Llegó el momento de ofrecerle la insignia de oro honorífica al Papa del cante jondo, y quien mejor para hacerlo que su hijo Alonsito Rancapino. La emoción era palpable, Alonso agradeció a todos los presentes y dejó una sentencia: "más dificil que cantar es saber escuchar", a lo que seguidamente y acompañado por la guitarra de Miguel Salado dejó su cante para la historia. Cuando uno está emocionado emociona, y eso fue lo que pasó. La malagueña del Mellizo se transformó en puro vehículo de transmisión, en un culmen artístico que brotó de la garganta áspera del chiclanero. Siguió por soleá hasta desembocar en las bulerías gaditanas. Un disfrute para los oídos al que se unió su hijo, que también sentó cátedra, dejando patente que cada día canta mejor. Los fandangos de Caracol a compás de bulería son una delicia en la garganta de Alonsito. Cerrada ovación y reconocimiento de los aficionaos para el maestro Rancapino, así se puso el cierre a una noche de enjundia. Bueno, se puso el cierre de manera oficial, ya que el Templo es de esos lugares donde revolotea el duende y surge el cante de forma espontánea. De esta forma, el verdadero broche de oro lo puso Rancapino bien entrada la madrugá y acompañado por un tocaor 50 años más joven que él. Su seguiriya marcó el cierre de puertas y el rumbo a casa.



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